Esta entrada pretende ser una secuela de
aquella otra en la que manifestábamos nuestra desconfianza en las pretensiones
del ex Arzobispo Viganò en esa ocasión. De esta postura pública del ex
Arzobispo a las más recientes ha habido una evolución que lo aproxima a
la postura de la Tradición verdadera pero que no obstante no deja de presentar
algunas incógnitas que intentaremos despejar, de ahí el plural en el onomástico
en el título. Todo lo cual hace inconveniente, nuevamente, la intención de los
cismáticos del "Non serviam" para que la FSSPX se pronuncie apoyando
al ex Arzobispo.
En el conciliarismo hay, si se
puede afirmar, tres "vacas sagradas": el propio Concilio Vaticano II,
el Novus Ordo Missae y la figura de Juan Pablo II (a la que algunos añaden
-como algo inseparable- la de su fiel colaborador, el Cardenal Ratzinger,
devenido en Benedicto XVI). Para que podamos decir que alguien es fiel a la
Verdad y a la Tradición de la Iglesia debe haber superado las tres, y no sólo
una o dos de ellas.
Pues bien, el Viganò de
la denuncia
original no manifestaba una renuncia a ninguna de las tres "vacas
sagradas", sólo una crítica a una de sus consecuencias (los abusos
sexuales del clero) en la medida que, siguiendo a San Pablo, es dable ver en
esas perversiones una previa defección en la Fe (aunque es justo distinguir,
como lo hicimos, el pecado individual que no implica necesariamente esa
defección, del pecado como institución, que supone también una desviación
doctrinal instalada).
El Viganò del reciente
texto deja de lado, de un plumazo, a la "vaca sagrada" del
Concilio Vaticano II (en sus enunciados y en el pretenso diferente
"espíritu", que en realidad vienen a constituir una misma cosa), a la
"vaca sagrada" del Novus Ordo Missae ("El que tengamos una liturgia protestantizada y a veces
incluso paganizada, se lo debemos a la revolucionaria acción de monseñor
Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares") y pensamos que también
a la "vaca sagrada" de Juan Pablo II ("y creímos sinceramente
que ver a Juan Pablo II rodeado por brujos sanadores, monjes budistas, imanes,
rabíes, pastores protestantes y otros herejes era prueba de la capacidad de la
Iglesia de convocar a todos los pueblos para pedir a Dios la paz, cuando el
autorizado ejemplo de esta acción iniciaba una desviada sucesión de panteones
más o menos oficiales, hasta el punto de ver a algunos obispos portar el sucio
ídolo de la pachamama sobre sus hombros, escondido sacrílegamente con el
pretexto de ser una representación de la sagrada maternidad") [ndr:
notamos especialmente que el exArzobispo no le agrega el "San"]
Con respecto a Benedicto XVI, hay una suerte de disculpa
hacia su figura: "Y si, hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el
golpe de estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el
1789 de la Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración...", aunque
la misma no está exenta de razones. El problema es que no visualiza que
Benedicto XVI forma si se quiere un tándem con Juan Pablo II, puesto
de manifiesto en la constante evocación a la figura y a las acciones de este
último por parte del primero (como queda claro en la reciente biografía que
publicó Peter Seewald).
¿Cuál es entonces nuestra principal reserva para no cantar
"victoria" con este "hijo pródigo" (tratando de que no se
nos cuele la mala actitud del 'hermano mayor' de ese hijo pródigo)?: que
el texto no contiene una sóla mención a los únicos Obispos que se opusieron
oficialmente a los desvaríos teóricos y prácticos que el menciona, los
beneméritos Monseñores Lefebvre y Castro Mayer, omisión muy llamativa. Y en
ello, mal que les pese a los del cisma del "Non serviam", es muy
diferente a la valerosa actitud del Obispo filipino Monseñor Salvador Lazo.
Por último, no podemos dejar pasar la misiva que
el exArzobispo Viganò enviara al presidente estadounidense Trump, país en el
que ejerciera como Nuncio Apostólico. La misma nos parece más una expresión
voluntarista que una meditada reflexión, puesto que dista de la explicación de
San Agustín de las "dos Ciudades", por la cual mientras estamos en el tiempo no es
posible saber con exactitud quiénes son los hijos reales y verdaderos de la
"Ciudad de Dios" y quiénes de la "Ciudad terrena", máxime tratándose del presidente de la principal potencia mundial, potencia que no se caracteriza precisamente por su humildad o por el "amor a la Verdad"...
Interesante tema el que toca.
ResponderEliminarDos cosas: por un lado guardo las mismas reservas que usted hacia el personaje, cuyas motivaciones desconocemos y, quizá, tampoco importan mayormente. No obstante, debemos reconocer que el paso no es meramente cosmético, sino que ataca a los puntos centrales de la revolución modernista en la Iglesia. Valga nuestro apoyo a eso, sin que tengamos que entender que Vigano constituye un obispo "tradicional" en toda su regla, pero sí ha saltado más que cualquier otro-incluso que Schneider-y que bien podríamos considerar en tránsito a la verdad. Es importante reconocer el apego emocional a una vida entera, por lo que no deja de parecerme notable el avance.
Respecto a lo de la carta de Trump, valoro un punto muy relevante: el ex arzobispo destaca que las luchas ideológicas que hoy se ven en el mundo no son un mero debate sobre realidades contingentes y opinables, sino que están las propias fuerzas de la eternidad en juego, y eso es fundamental de destacar dado el miope y naturalista análisis católico actual.