En estos días la prensa católica y en particular
algunos medios católicos han analizado el viaje que Benedicto XVI realizó a su
tierra natal, más concretamente a la ciudad de Ratisbona, con el alegado
motivo de visitar a su hermano enfermo, el P. Georg Ratzinger de 96 años
(el Papa emérito tiene 93 años).
El hecho no pasó desapercibido, ya que se trata de
la segunda vez en siete años que deja su retiro, la primera ocasión fue para
pasar unos días en Castel Gandolfo, cerca de Roma. La comitiva estuvo
integrada, en la reciente visita, por su secretario, el Arzobispo Georg
Ganswein, algunas religiosas y personal de seguridad.
Nosotros ya hemos definido lo que nos pareció el
pontificado del Papa alemán (y en esto podemos ver alguna coincidencia con la
visión del ex Arzobispo Vigano el cual expresó que el mismo significó una
suerte de 'desaceleración' de la Revolución conciliar): un Papa 'conservador'
pero de los 'logros conciliares', especialmente los de su predecesor, de quien
continuó la línea sólo con un barniz 'tradicional'. Su mayor mérito en este
sentido fue la liberación de la Misa tradicional y el levantamiento de las
'excomuniones' a los Obispos de la FSSPX (y en esto ofició como causa necesaria
para que Francisco otorgara de hecho un reconocimiento canónico a la referida
Fraternidad).
Lo cierto es que se especuló mucho sobre las
verdaderas intenciones del viaje, desde remarcar que el escudo de
la ciudad de Ratisbona presenta dos llaves al modo de las llaves del Vaticano,
pasando por la eventualidad de que el Papa emérito no
regresara al Vaticano, hasta señalar lo raro que este viaje suponía. Pero nos
queremos detener en una de estas especulaciones, que es la que trae a colación
uno de los sueños de San Juan Bosco, que dicen relación a un
Papa que sale del Vaticano con su séquito para luego hacer un retorno triunfal,
con canto de 'Te Deum' incluído.
Transcribimos algunos pasajes (el texto completo,
en portugués, se encuentra aquí):
"En ese momento, se vio una multitud de hombres,
mujeres, ancianos, niños, monjes, monjas y sacerdotes, con el Pontífice al
frente, dejando al Vaticano en procesión. Pero he aquí hay una tormenta furiosa
que oscurece algo esa luz. Una batalla parecía librarse entre la luz y la
oscuridad. Llegamos a una pequeña plaza cubierta de muertos y heridos, muchos
de los cuales pidieron consuelo en voz alta.
Las filas de la procesión se volvieron bastante
delgadas. Después de caminar por un espacio de doscientos amaneceres, cada
uno se dio cuenta de que ya no estaba en Roma. El asombro invadió los espíritus
de todos, y todos se reunieron alrededor del Pontífice para proteger a su
persona y ayudarlo en sus necesidades.
(...)
Cuando, por fin, pisó la ciudad santa, comenzó a llorar
por la desolación en la que se encontraban los ciudadanos, muchos de los cuales
ya no existían. Al entrar de nuevo en Roma, cantó el Te Deum, que fue
respondido por un coro de ángeles, cantando: 'Gloria in excelsis Deo, et pax in
terris hominibus bonae voluntis'. Cuando terminó el canto, la oscuridad
había cesado y apareció un sol muy brillante. Las ciudades, los pueblos, los
campos tenían una población muy reducida, la tierra estaba pisoteada como por un
huracán, una tormenta y un granizo, y la gente se dirigía a los demás diciendo con
un espíritu conmovido: "Hay un Dios en Israel". Desde el comienzo del
exilio hasta la canto del Te Deum, el sol salió doscientas veces. Todo el
tiempo necesario para lograr estas cosas corresponde a cuatrocientos amaneceres
".
Pues bien, la analogía pretendida con la 'escapada'
de Benedicto XVI se termina allí. En realidad, nuestra interpretación del sueño
es otra: la "noche oscura" es la que comenzó con Juan XXIII, la 'luz
esplendorosa' es la de [ed. las apariciones de Fátima], la
"salida del Vaticano" (del Pontífice y su séquito de seglares y
clérigos) no puede ser sino una 'salida' de la verdadera doctrina con
'muertos y heridos' que son las víctimas de esas desviaciones. Le sigue un
estrechamiento de las filas de los fieles (la 'apostasía' se hace general); el
'percibir que no se estaba más en Roma' no tiene sentido si se refiere a una
salida física y no es otra cosa que la toma de conciencia (por parte de
algunos) del hecho de haberse apartado de la doctrina y liturgia
tradicionales.
Luego se ve al Papa (aclarando que no debemos
personalizar), el cual es rodeado por los fieles asustados que buscan reunirse
entorno suyo y asistirlo en sus necesidades, pero los 'hijos verdaderos'
imploran todavía su retorno y por ello estamos en condiciones de afirmar que, al
presente, ni Benedicto ni Francisco están en la verdadera doctrina (dicho esto
para los 'benevacantistas' pero también para los 'franciscofóbicos' que dejan
de rezar por su conversión). Acto seguido, se describe el auxilio de la Madre de Dios a
través de 'ángeles' o mensajeros que sugieren que 'los pobres serán los
evangelizadores de los pueblos' y de entre ellos se tomarán a los 'levitas' (ya
no habrá cabida para los 'expertos' o los 'teólogos'). Y finalmente, la 'vuelta
a Roma', que no puede significar otra cosa que el retorno a la Tradición, pero
en un cuadro de desrucción material y humana, lo que hace suponer que dicho
triunfo sigue a un juicio general, que será el anticipo de la Venida de Cristo.