La consagración de Rusia por el Papa y todos los Obispos significó el "Triunfo del Corazón Inmaculado de María", tan anhelado por muchos durante tanto tiempo y respecto del cual se editaron tantos libros, folletos, estampas, etc. Decimos que significó el "triunfo" puesto que Nuestro Señor mismo, a la pregunta de porqué no convertía a Rusia sin necesidad de la consagración, respondió: "porque quiero que toda mi Iglesia reconozca esta consagración como un triunfo del Corazón Inmaculado de María". Pero el 'triunfo' se concretará cuando Rusia se convierta y haya paz en el mundo y, en ese instante, se asocien los portentos con la simple ceremonia realizada el 25 de marzo pasado.
A su vez, la concreción de las
promesas representará el 'triunfo' del combate de la Tradición católica, puesto
que, como analizaremos a continuación, la conversión de Rusia se enmarca en la
conversión final de la 'gentilidad' y la paz mundial es la 'paz mesiánica'
tantas veces aludida en las profecías vetero y neotestamentarias. De suerte
que, el acto del 25 de marzo pasado, aniversario de la muerte de Monseñor
Lefebvre, puede ser considerado como su "Nunc dimittis". Cuando el
Santo Simeón vió al Niño Jesús en su presentación en el Templo de Jerusalén, exclamó:
“Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo vaya en paz…porque han visto mis ojos
tu salvación...” (Lc 2, 29-32)
La consagración de Rusia calza
perfectamente con los tiempos apocalípticos que mencionamos en nuestro Album:
la "Iglesia de Laodicea", la última, en la cual Cristo está "a
las puertas"; "Sexto Sello", el de la 'gran tribulación' que
llega a su fin con el 'gran día del furor"; "Séptima trompeta"
que hace alusión al último 'ay', el cual vendría a ser la herejía modernista y
a las calamidades que le ponen fin; "Sexta plaga" que nos refiere la
convocatoria para "Armagedón" y nos previene "mira que vengo
como ladrón". Esto es, estamos en las vísperas del fin de los '1260 días'
simbólicos de la profecía de Daniel y de su equivalente neotestamentario (Ap
12), lo que se conoce como "Juicio
de las naciones", "Día de Yahweh", "Resplandor de su
Venida" y que supone la caída de las "Bestias apocalípticas" (Ap
19, 20), seguida por la de todo
"Principado, Dominación y Potestad" (1 Corintios 15, 24).
Y aquí emerge un primer
cuestionamiento: ¿cómo será posible que a un acto de consagración le sigan
tamañas calamidades? La respuesta más prudente que podemos dar es la que ya
hemos adelantado, en cuanto a que la 'justicia divina' y la 'paz' no son
incompatibles. Otra respuesta implicaría adentrarnos en el farragoso tema del
'arrebato' (1 Tes, 4, 13-17) o bien sopesar la advertencia de Cristo de 'velar y
orar' a fin de que seamos "dignos de escapar de todas estas cosas que han
de suceder" (Lc 21, 36).
Otra duda que asalta es la del
orden en que tendrán lugar los acontecimientos. La "conversión de
Rusia" no la vislumbramos como un simple acuerdo con las autoridades
-quizás hasta sin 'abjuración' previa-, con un 'marco canónico' que podría
ser un 'Patriarcado' y con una coexistencia con el modernismo imperante
actualmente. No se corresponde ello con la fuerza de la palabra 'conversión'
utilizada por la Santísima Virgen. La "conversión" sería un hito que
marcaría el "fin del tiempo de los gentiles" (Lc 21, 24), seguida de
cerca por el final o 'apresamiento' del "Falso profeta" o
"Iglesia conciliar" y convergiendo en la conversión de los hebreos (Rm 11, 25).
Y todo ello junto, representando
lo que San Luis María Grignon de Montfort profetizó en su "Oración abrasada":
"El reino especial de Dios Padre duró hasta el diluvio y terminó un
diluvio de agua; el reino de Jesucristo terminó por un diluvio de sangre; pero
vuestro reino, Espíritu del Padre y del Hijo, continúa actualmente y se
terminará por un diluvio de fuego, de amor y justicia".
Ante tal perspectiva, nos ha parecido que el blog ha cumplido el rol que se asignó ya en su "primera época", el de apuntalar al "remanente fiel", y que se prosiguió en la "segunda época" con el énfasis puesto en los mensajes de Fátima y en la realidad apocalíptica en que vivimos. Es tiempo de mantener la "lámpara encendida", no sea que cuando lleguen las Bodas, nos encuentre dormidos (Mt 25, 1-13).